El poema largo con asunto, lo épico, vasta mezcla de intriga jeneral de sustancia y técnica, no me ha atraído nunca; no tolero los poemas largos, sobre todo los modernos, como tales (los antiguos tenían otra necesidad), aún cuando, por sus fragmentos mejores, sean considerados universalmente los más hermosos de la literatura.
Creo que un poeta no debe carpintear para "componer" más estenso un poema, sino salvar, librar las mejores estrofas y quemar el resto, o dejar como literatura adjunta. Pero toda mi vida he acariciado la idea de un poema seguido (¿cuántos milimetros, metros, kilómetros?) sin asunto concreto, sostenido sólo por la sorpresa, el ritmo, el hallazgo, la luz, la ilusión sucesivas, es decir, por sus elementos intrínsecos, por su esencia. Un poema escrito que sea a lo demás versificado, como es, por ejemplo, la música de Mozart o Prokofieff, a la demás música; sucesión de hermosura más o menos inesplicable y deleitosa, donde las ideas latentes se espresen como sentimientos rítmicos para ser sentidas también como belleza sensorial. Que fuera la sucesiva espresión escrita que despertara en nosotros la contemplación de la permanente mirada inefable de la creación: la vida, el sueño o el amor.
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