A la noche de ascuas lentas sobre
el río que fríamente duele, con los ojos
abiertos en la duda reciente, salgo.
Yo me doy a soñar la insurrección del
hombre y aparecen los solios
en ruinas de emperadores tibios recordándome
el amargo rebate de las manos que escanden
su ternura ahora en otras manos.
A la noche impávida, herido por la punta
y desde dentro, en la víscera
inútil, huérfano de una vida que dejó de latir
en la fértil marea del tiempo, animal agravándose.
Desterrado de un mundo a la medida
quisiera ser un alma que pasea
con la rabia truncada a la altura del viento.
Un alma desabrochada que ondea sin pausa.
Hacer de una vez algo por el hombre,
un árbol de neuronas que susurren en sombra
la dirección correcta de la esperanza.
No llorar nunca más por el ombligo,
o traer la memoria tallada de amapolas
en el sesgo naranja de la tarde.
El Ser se mostrara aquí en cálido aliento, cálices
de penumbra vinosa, sexo abierto en cruz
aunque no tenga donde caerse muerto.
La muela al seso al ojo en cucaracha.
Dar pausa para atacar la torre de oro
con los mandriles de la fe, ahora que
ingrávido me abraza la ropa tendida
y aspiro los grises cementos de la luz.
A la noche, ávido. La convulsa rama del sol
acaricia las tetas de lindas meretrices
para volver sembrado de ingenua gana.
Amigo Voltaire, ves la muerte por ictus
de la tonta estrella titilante, ves ahí a Dios
que carga sus dudas en las tripas de un canguro:
tenemos un poco de inteligencia, dos probetas y no sé nada.
Sé el gramaje del horizonte, pesa un cuerno
de nube y cae reptando hacia la rambla seca
y pide luego un vermut, el periódico te espera
con su mejor merluza y una temporada en el monasterio.
Monumento al silencio es la boca de reverendas madres
que han visto despedazar a sus hijos y un colibrí
les lame las orejas, no las dejan ni llorar en paz de
su causa, violan su duelo hormigas amarillas
que apestan a orín y champán, efervescente es el insecto
de la brutal codicia. Dar tregua para incendiar la noche
con antorchas, lajas de pizarra y polvo de ladrillo,
vidrios de impaciencia estallen para el gozo y pueda
el sabio archimandrita adormecer la cólera inflamada
en una cuna vacía, doler, dolor, domeñe y arúspice
lea en las entrañas del buey el turbio futuro de las gentes.
Púlpitos asesinos, a servir de floreros y levanten a sus
muertos, empalados y a la vista, que no se olvide el humor
agrio que corre en sangre por los ríos y al mar decanta
la memoria de un pueblo sin memoria. Oh, Dante, sonríe
siempre, siempre, siempre, esta noche el infierno será una fiesta.
el río que fríamente duele, con los ojos
abiertos en la duda reciente, salgo.
Yo me doy a soñar la insurrección del
hombre y aparecen los solios
en ruinas de emperadores tibios recordándome
el amargo rebate de las manos que escanden
su ternura ahora en otras manos.
A la noche impávida, herido por la punta
y desde dentro, en la víscera
inútil, huérfano de una vida que dejó de latir
en la fértil marea del tiempo, animal agravándose.
Desterrado de un mundo a la medida
quisiera ser un alma que pasea
con la rabia truncada a la altura del viento.
Un alma desabrochada que ondea sin pausa.
Hacer de una vez algo por el hombre,
un árbol de neuronas que susurren en sombra
la dirección correcta de la esperanza.
No llorar nunca más por el ombligo,
o traer la memoria tallada de amapolas
en el sesgo naranja de la tarde.
El Ser se mostrara aquí en cálido aliento, cálices
de penumbra vinosa, sexo abierto en cruz
aunque no tenga donde caerse muerto.
La muela al seso al ojo en cucaracha.
Dar pausa para atacar la torre de oro
con los mandriles de la fe, ahora que
ingrávido me abraza la ropa tendida
y aspiro los grises cementos de la luz.
A la noche, ávido. La convulsa rama del sol
acaricia las tetas de lindas meretrices
para volver sembrado de ingenua gana.
Amigo Voltaire, ves la muerte por ictus
de la tonta estrella titilante, ves ahí a Dios
que carga sus dudas en las tripas de un canguro:
tenemos un poco de inteligencia, dos probetas y no sé nada.
Sé el gramaje del horizonte, pesa un cuerno
de nube y cae reptando hacia la rambla seca
y pide luego un vermut, el periódico te espera
con su mejor merluza y una temporada en el monasterio.
Monumento al silencio es la boca de reverendas madres
que han visto despedazar a sus hijos y un colibrí
les lame las orejas, no las dejan ni llorar en paz de
su causa, violan su duelo hormigas amarillas
que apestan a orín y champán, efervescente es el insecto
de la brutal codicia. Dar tregua para incendiar la noche
con antorchas, lajas de pizarra y polvo de ladrillo,
vidrios de impaciencia estallen para el gozo y pueda
el sabio archimandrita adormecer la cólera inflamada
en una cuna vacía, doler, dolor, domeñe y arúspice
lea en las entrañas del buey el turbio futuro de las gentes.
Púlpitos asesinos, a servir de floreros y levanten a sus
muertos, empalados y a la vista, que no se olvide el humor
agrio que corre en sangre por los ríos y al mar decanta
la memoria de un pueblo sin memoria. Oh, Dante, sonríe
siempre, siempre, siempre, esta noche el infierno será una fiesta.
Dibujo de Juan Almela (Madrid, 1934 - Ciudad de México, 20 de diciembre de 2014)
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