Ahogado estío, dulzura hubo
en las ondas férvidas de un espejismo,
grano molido en paz, llanto sin lágrimas,
nacarado azúcar en el iris frío de las estrellas,
cuando era inevitable anclar la barca de tanto
hueso viejo cargada hasta la rabia.
Se hizo estigia su mirada para tocar mi amor
con alas encarnadas, qué supe yo, alma en destoque,
sino cremar en yunques solitarios, hasta acoger
la yema de cenizas, toda la eterna luz de tu sonrisa
abierta y musical, qué supe yo, martillo devanado,
sino soñarte mudo en cada beso,
en cada ponderado latido sin final.
en las ondas férvidas de un espejismo,
grano molido en paz, llanto sin lágrimas,
nacarado azúcar en el iris frío de las estrellas,
cuando era inevitable anclar la barca de tanto
hueso viejo cargada hasta la rabia.
Se hizo estigia su mirada para tocar mi amor
con alas encarnadas, qué supe yo, alma en destoque,
sino cremar en yunques solitarios, hasta acoger
la yema de cenizas, toda la eterna luz de tu sonrisa
abierta y musical, qué supe yo, martillo devanado,
sino soñarte mudo en cada beso,
en cada ponderado latido sin final.
Yo nada supe.
Tu alma en la ribera se aclara el pelo y riza
los bucles que gravitan en mi pena, qué torpe
y mansa pena de animal melancólico, Caronte,
cruzando corazones a la orilla insensible
donde nada padece el dolor de estar vivo
ni tampoco la dicha de sentir en la sangre
el temblor y el asombro de merecer amor.
los bucles que gravitan en mi pena, qué torpe
y mansa pena de animal melancólico, Caronte,
cruzando corazones a la orilla insensible
donde nada padece el dolor de estar vivo
ni tampoco la dicha de sentir en la sangre
el temblor y el asombro de merecer amor.
Pintura de Pierre Hubert Subleyras (1699-1749) |
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