sábado, 14 de abril de 2012

Ancora un puo di piú.

       
   Parece mentira. En la profusa concupiscencia de las palabras, tan ricamente ornada a veces, en estos libros que me acompañan dando al silencio de la habitación una extraña humanidad desordenada, hay dos palabras que se resisten a concurrir cuando las llamo. Viven enredando afuera, beligerando inquietas en boca de todos. Tienen una agenda apretadísima y aunque nadie quiera al final convocarlas juntas en la misma plaza, siempre se las apañan para gravitar como querubines molestos en las conversaciones. Ésto pasó la otra noche, en un bar: hablábamos con un profesor de filosofía un tanto dado a la cita de coleccionista y al dato inconexo, que nos pintó un horizonte histórico hacia atrás. Él iba, con la ayuda de unas pinzas de tender la ropa, cogiendo periodos históricos y tendiéndolos delante nuestra con exquisita dicción mientras nosotros, como siempre atentos, dialécticos, esperábamos con paciencia un turno de réplica que se antojaba difícil. Uno de estos periodos iba de 1850 a 1900, parecía el abrigo de Nietszche empapado por una lluvia fresca de primavera en el Promenade des Anglais (el paseo marítimo de la romántica ciudad de Niza) puesto a subasta en Sotheby's. Mientras esto ocurría entraron por la puerta del antro las dos aladas palabras: eran cabezonas y parecía imposible que tamaña mollera pudiera sostenerse con alitas de pollo, pero allí estaban, amenazando interrumpir la tesina con chupito que nuestro contertulio desarrollaba, ya digo; con una aplicación más propia de alguien que tiende la ropa, colocando unas braguitas estampadas a continuación de una camisa del Ché Guevara y una toalla con la bandera de Angola, al lado de unas sabanas con la efigie de Napoleón. Revolotearon sobre las cabezas provocando un desorden en la decoración de la sala y al cabo vinieron a posarse ambas en sendos hombros de nuestro interlocutor, que andaba ocupado en la descripción de la toma del bastión de Dresde. Desde allí nos hacían señas para que aceptáramos sin cortapisas la deriva del discurso histórico o lo descartáramos sin más. Aguantamos con decoro las sugerencias de aquellos diablillos con cara de angelitos barrocos, sin hacerles caso, y se fueron. Más nos hubiera valido decantarnos por una de las dos. Aún nos duele el cráneo. El innominable tenderete histórico del profesor de filosofía, era en realidad un atrezo de ropa mojada puesta a secar al sol de la ciencia. Somos heliotrópicos. Ángeles del Sí y el No.

                                         Vanità di vanità by Angelo Branduardi on Grooveshark




2 comentarios:

  1. Muy bueno lo de las pinzas de tender la ropa, y la colección de lo tendido.
    Decididamente, si el profesor de filosofía (distinto de filósofo) coleccionista necesitaba seguir dando clase hasta en los bares, vuestro ángel adecuado hubiera sido el ángel exterminador.
    Saludos

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  2. Era una conversación distendida, por seguir con el símil de la colada, pero echamos en falta un poco de orden en el discurso y la sujeción a un tema o eje vertebrador que podría ser el alambre donde solemos colocar los trapitos al sol. Quizá el ángel exterminador nos ayude otra noche a acabar con los bebedizos del local. Saludos y gracias por pasar y dejar seña, señor Velasco.

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