El contador de visitas.
Cuando éramos ricos había en casa un contador de visitas. No muchas personas podían permitirse en aquella época disponer de ciertos lujos: un señor perfectamente serio, vestido de chaqué, delgado hasta la extrema unción pero de un ingenio proverbial, una imaginación analítica en verdad prodigiosa, capaz de captar fotografías del alma de nuestros amigos con las que invariablamente disfrutábamos, después que los invitados abandonaran la casa tras un rato generoso de conversación. Un día vino a vernos un viejo amigo, un escritor griego, canoso y de medio pelo, psicologista pánico. El contador de visitas, al que llamamos siempre así, pues su contrato no permite violar la cláusula de anonimato, estaba sirviendo unos cafés cuando Apofantis, nuestro insigne o insignificante invitado ( según se mire) le preguntó al señor contador su nombre de pila. Con agudeza impulsada por la perplejidad dijo que -¡seguramente recargable!- y se quedó mudo, quieto, con aquellos grandes ojos de torero andaluz que tenía, abiertos. Parece que se le agotó la batería.
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C'est la vie. |
El contador generó su propia apofansis y se trasmutó en retrato de don Marcelo Duchamp (no, por tratar de ser más dadaista, consiguiéndolo).
ResponderEliminarEnhorabuena Manuel.
Gracias, señor Velasco, me honra que le guste. Sí, Marcelo buscó una especie de anonimato o un disfraz, sea como fuere; que pusiera en evidencia los misterios eleusinos de la modernidad, y creo que lo hizo a la luz de toda la antigüedad clásica también.
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