Hay ciertamente un frío y árido conocimiento propios de las cimas de la ciencia más laboriosa y formal; pero es tomándose la molestia de mirar en torno a uno mismo como se adquiere conocimiento de los cálidos y palpitantes hechos de la vida. Mientras otros llenan su memoria con una barahúnda de palabras, la mitad de las cuales olvidarán antes de acabar la semana, nuestro ocioso muchacho puede aprender artes verdaderamente útiles, como a tocar el violín, apreciar el buen tabaco, o aprender a hablar con facilidad y propiedad a toda clase de gentes. Muchos de los que "se han aplicado a los libros con diligencia" y saben todo lo que puede saberse sobre determinada rama de la sabiduría aceptada, terminan sus estudios con un tremendo aire de búho viejo, y se muestran secos, rancios y dispépticos en los aspectos más agradables y brillantes de la vida. Algunos de ellos hacen grandes fortunas, sin por ello dejar de ser vulgares y estúpìdamente patéticos hasta el fin de sus días. Y, entre tanto, el ocioso, que empezó su vida al mismo tiempo que ellos, hace, si Vds me permiten, una figura bien distinta. Ha tenido tiempo de cuidar su salud y su ingenio; ha pasado buena parte de su tiempo al aire libre, que es la más saludable de las cosas para el cuerpo y el espíritu; y aún sin haber leído lo más oscuro y recóndito del gran Libro, ha podido hojearlo y repasarlo con excelentes resultados. ¿Acaso no estaría el estudiante dispuesto a entregar unas pocas raíces hebreas, y el hombre de negocios unas cuantas medias coronas, por una participación en el conocimiento de la vida en general, y en el Arte de Vivir del ocioso? No, y eso que el ocioso tiene otras virtudes más importantes incluso que éstas. Me refiero a su sabiduría. El, que tan bien ha observado la pueril forma de entretenerse que tienen las demás gentes, no deja de contemplar las suyas propias con una cierta ironía. Difícilmente podrá escucharse su voz en el coro de los dogmáticos.
viernes, 31 de enero de 2014
Apología de los ociosos / R.L.Stevenson
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