Fotografía de Chema Madoz |
Un piano, mirado fríamente,
es un armario viejo sin palabras.
Su corazón de arpa te interroga
en silencio, demanda que te acerques,
que le pulses la tecla del hastío,
el sistema nervioso psicofrágil;
no te importe chopin ni si eres hábil,
enreda en él la araña de tu mano
y te responderá con unas notas
sutiles como pompas de jabón
que invisibles gravitan en la sala.
Volverás a observarlo antes de irte:
en su ataúd reposa un muerto vivo,
hipersensible aunque parezca inerme.
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