Dibujo de Adam Simpson. |
Todo habla por mí. Con una elocuencia definitiva que le deja a uno sentado y pálido. Esta mañana, que se ha despertado al menos dos horas antes que yo, ya estaba todo organizado cuando he abierto los ojos. El café bullía con aromático apremio desde la cocina, del televisor llegaban las primeras frases de los expertos sabelotodo del desayuno, veladas por el bullicio del patio interior del bloque, donde los seres se agrupan en un termitero clase preferente que emite de continuo un ruido de fondo, enanotecnológico: como si la vida pareciese proceder de cacharritos con una cierta rutina de luces caleidoscópicas y alarmas de aviso, en vez de surgir de hombres, mujeres, niños y animales de compañía. De alguna forma cuya fórmula es secreta, domina la melodía china del microchip. Inútil advertir al vecindario que no se deje tomar por la ansiedad del trabajo, por ese espíritu de maquinaria perfecta tan de moda en nuestros días: hasta que no consideren que han generado la cantidad de julios necesarios para dejarse llevar por esa inercia el resto del día, continuarán su actividad en cadena hasta las tres de la tarde, parando para cargar combustible. Todo funciona sin mí.
Ya decía Séneca que, una vez que él la palmara, iríamos al desastre sin remedio. A todo esto el extemporáneo llanto de un niño me recuerda que las abuelitas japonesas aún viven asustadas por un pepinazo relleno de rico plutonio que vino a violar, al final de la segunda guerra mundial, la ceremonia del té en Nagasaki (no tuvieron tiempo ni de desayunar) y me levanto con una prisa inopinada a tenor de la tranquilidad reflexiva que me mantenía, dos horas y pico después del comienzo de la vida real, en la cama, soñando un poco con los ojos abiertos. Me miro al espejo del lavabo antes de lavarme la cara y veo que mis circuitos de enano doméstico están en perfecto estado. Intentaré escabullirme del trabajo.
¡Genial despertar! Al son de la enenotecnología china fundida con todos los humanos ruidos de una mañana de patio interior con cocinas, llenas de maternales mastodontes. Que recuerdos infantiles parece traerme. Me estoy arrebujando en la cama mientras esa música me penetra.
ResponderEliminarFeliz reflexión, Manuel, aunque me parece más epicúrea que estoica.
Salud
Pues tienes razón, de estoica tiene poco, quizá porque bajo ese ruido animista de cacharros se adivina una vida devaluada por la prisa y el trabajo, o su falta, claro.
EliminarSalud,Miguel Ángel.