viernes, 21 de diciembre de 2012

BESTIARIO ENDÉMICO: el hideputa relamido

      Se ve que en todo tiempo han existido los hideputas relamidos. Incluso antes de que se inventara la gomina ya circulaban por las calles de las procelosas urbes del Continente de Eurora estos seres, tocados con el halo de una especie de vanidad infecunda, que sólo sirve para labrarse un futuro de hijo pródigo. Una vida de doble fondo en prófugas aventuras de postín cuyo final acaba siendo el cómodo sofá familiar, y la compañía de una sufrida mujer para la que nunca faltan sobradas atenciones materiales en no menos cuantiosos momentos importantes de la vida, como el casorio de un hijo, o un aniversario inventado. Es una especie con una variedad de adaptaciones al medio urbano maravillosa; imposible verlo, ya se trate de un banquero, un profesor de matemáticas o un guardia civil jubilado,  mal vestido: aunque su madre se estuviera muriendo en ese momento, el hideputa relamido, empleará los mismos quince minutos en componerse el gesto y la facha, que si se tratara de acudir a un cóctel en un oasis organizado por la cámara de comercio.


       Suelen desposar con señoras cíclopes. La preocupación por la hacienda doméstica que demuestran estas señoras, de un solo ojo, las convierte en la acompañante ideal del hideputa relamido, al que la pasta le rebosa por las orejas y ya no se acuerda cuando fue la última vez que tuvo que invitar a alguien. Es curioso este fenómeno antropológico, el putatis pudiente, que así se denomina en su nombre científico, está siempre al tanto de las ofertas más baratas en lo que se refiere al aperitivo; parece un rasgo obsoleto de naturaleza ontogenética proveniente de los antepasados del hideputa, que antes de llegar al estatus de relamidos, hubieron de pasar no pocas penurias en las anchas estepas de Alelandia. Tiene una cualidad muy llamativa, ignora el sufrimiento ajeno con bochornosa arrogancia, lo cual le dota de una elegancia y un porte casi sobrenaturales, en un primer golpe de vista. Cuando se profundiza en su estudio, se le descubre una caprichosa tendencia a la autocompasión, que lo hace verdaderamente despreciable.  Destaquemos por último el asombroso parecido que estos seres acaban adquiriendo al contacto con sus animales de compañía: demuestran por ellos más cariño y afecto que hacia sus propios descendientes. Quizá pueda tratarse de endogamia zoofílica, pero en este extremo no vamos a detenernos más por ahora.

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