Cien gaviotas no van a ninguna parte
Para vencer la honda repulsión que me produce el hilo musical del autobús, esa música triunfalista y ridícula que no se compadece con la realidad ni en sus más mínimos detalles, he entrevisto al salir de Huelva, ya caída la noche, una colmena enorme de luciérnagas, la ciudad reposando en miles de luces, cada una alumbrando una vida privada, todas comunes en esa misma condición que particulares, con silenciosa, liviana y morosa pulcritud encendidas en la lejanía que, de alguna manera, me cura el asco de la retahila musical, de los cuarenta inevitables éxitos de la lista radiofónica, de la industria para el oído laxo, rendido del viajero.
El pequeño foco del asiento, tiene una amistosa potencia, y ayuda a alejar la modorra, mezcla de cansancio y desidia que se apodera de buena parte del pasaje, alumbrando este anónimo protagonismo de escritor de autobús, su quimera de autor relevante en el trayecto. Para desvanecer esta ilusión definitívamente, apago esta luz personal. Clic. Será un viaje imaginario, como aquél de las cien gaviotas, que nunca, jamás van a ninguna parte: son un engaño circular. Te voy pensando, amor, pronto volveré.
Manuel:
ResponderEliminar"Hoy podrás beber y lamentar
que ya no volverán
sus alas a volar
cien gaviotas dónde irán."
Seguro que a privatizar, lo que puedan pero a privatizar.
Un abrazo.
Estas gaviotas que privatizan todo, estas si que no van a ninguna parte, excepto para llevarnos a todos a la ruina.
EliminarUn abrazo, Paco, gracias por la visita.