a Paco Moral y Ana Ares
Esta humedad sin nombre
que cae por la tarde en las aceras
no es rocío,
son lágrimas de inmigrante,
ávidas gotas mudas
de un amor anónimo
que la piedra recibe
como la piel porosa de tu cuerpo
en días sin historia,
recibe mis caricias de amante.
Este sol sin puertas
que abre a la mañana
las pupilas del mundo
no calienta,
es una luz partida,
ebria de vida nueva:
se llena del calor de tanta gente.
Cuando la noche avisa sus retiros,
Madrid anda por las nubes
recogiendo los ángeles
que yacen muertos por el suelo.
El poema me evoca versos de Sabina. Será por Madrid, será por las aceras, o por las noches.
ResponderEliminarSalud, Manuel.
Pongamos que hablo de Madrid, Miguel Ángel, de las almas que allí moran, y de algo intemporal que brilla en ellos, como en todos nosotros, hesitando en silencio, porque el ritmo de la historia no perdona, y ya es tarde para lamentarse.
ResponderEliminarUn abrazo