Por un lamentable error de imprenta, nuestra especie aparece clasificada en la obra como la última de la tierra, cuando debería ser la primera del cielo. Sabido es que el olfato de las ratas ha librado al hombre de grandes desastres como en aquella ocasión del incendio de Roma donde mucha gente huyó de la ciudad siguiendo nuestros pasos. También queríamos decir que el hecho de que haya gente que se lleva los dineros del erario público, o que no se lave y esas cosas, no es culpa nuestra, que no hay derecho que se ensucie así nuestro nombre por culpa de unos cuantos desaprensivos sueltos, que son la peste de la humanidad, que todo el mundo se acuerda de aquellos años que la peste bubónica devoró Europa y nadie dice nada de las ratas de laboratorio, gracias a las cuáles ahora ustedes pueden disfrutar de los avances en medicina y cosmética, aparte que el genoma nuestro de 42 cromosomas ya puede verse en los escaparates de las clínicas, junto con unos primeros planos enormes de unos profesionales guapísimos, como si fuera una tirolina de gominola enrollá, y va a servir para un montón de utilidades. Y por último, no podíamos volvernos al alcantarillado sin desmentir de una vez por todas esa historia infame del flautista de Hamelin según la cuala, este señor nos engañó con una cancioncilla estúpida y nos fuímos todas de rondón detrás de él para ahogarnos en un charco gigante de la ciudad de Amberes o donde fuese: eso es una patraña como tantas que tiene la historia, y las personas bienintencionadas se la creen antes de subirse a una silla con el canguelo de vernos pasar por la cocina. Y otra cosa; lo del parálisis del elefante, semejante bicho, delante nuestra, es verdad. Nosotras tenemos un enemigo poderosísimo que bueno, a ti te lo voy a decir.
sábado, 12 de enero de 2013
FE DE RATAS
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