Permítame por
un momento, lector amigo de estas fantasmagorías de celofán, ojo crítico
encantado a través de la lupa de la inteligencia y la sensibilidad, ensayar un
poema antiguo, una especie de chiste solemne. Y también al lector malherido por
la insolencia torpe de la rosa y su espina pedante, si estas letras tuvieran
esa mácula drácula, le presento mi excusa en esta tarde árida de mariposa
insomne sobre la frente meditativa del bañista.
Es también la
hora del peplo sangrante, la hora blanca que no piensa. Yo quisiera defender a
dios de sus propias imágenes si pudiese matarle con una batería de conceptos o
ese obús furibundo de la imaginación. Pero el papel del que está hecho, no es
aquél Zeus tonante de cuando los hombres aún tenían vello de bestia humilde en
el pecho. Ahora es un dios crédulo que parece hecho de huesos quebrantables, no
es viril. Es un hermafrodita desganado que tira piedras al techo de su casa y
maldice sus sesenta años.
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