miércoles, 10 de julio de 2013

RÉGIMEN ZOTALITARIO

Iba de paseo por un secarral para bestias, cuando me encuentro con esta escena; un grupo de animales observan atentamente un cartel publicitario de un jabón desinfectante.
      (Me acuerdo que mi abuela me lavó un libro de Verne con Zotal: cuando volví a leerlo habían desaparecido todos los pasajes concernientes a la selva o la desnudez de las amazonas, sin duda lo hizo por alguna razón que yo desconocía. Más tarde supe que los animales salvajes, no sé, gente así con trabajo y eso, acumulan parásitos en la familia. A lo mejor yo mismo para mi abuela en esos días fuese un parásito, un piojo molesto, averigua, quise preguntárselo antes de morir pero no me dio tiempo.)
¿Por dónde iba? Ah, sí. Esta charpa de animales estaban comentando entre ellos indignados la suciedad del anuncio, el óxido y la carcoma que llevaba encima:
     - Parece mentira ¿cómo ha permitido el jefe Zotal que ensucien su nombre de esta manera?
   (Entre frases, berreaban, cada uno en su estilo, unos insultos incomprensibles que no voy a reproducir aquí precisamente por eso, porque no se entienden, me molesta mucho que no se entiendan las blasfemias: desde mi punto de vista una blasfemia debe estar dicha con meridiana nitidez dado lo delicado del asunto y el respeto que se le debe al interfecto.)
        Me acerqué a la pandilla y les dije que se disolvieran inmediatamente si no querían ser desparasitados de inmediato. Un caballo muy educado me contestó que estaban dispuestos a denunciar el estado de abandono en que se encontraba aquel cartel, y acto seguido relinchó dejando ver una hilera de dientes perfectamente limpios como la patena con Zotal. Una vaca apoyó esta absurda teoría con un argumento peregrino, a saber: según todos ellos, el máximo gobernante de las tierras yermas de Zotalia, era Zotal, que mantenía desinfectado el territorio y a sus habitantes.
       Después del mugido correspondiente, un buey con cara de pocos amigos reparó en la mugre de mis botas camperas y sugirió, con una voz decadente y babosa, que yo era un hombre desagradable y maloliente.
       No sé como logré escapar de la persecución. Debí haber sospechado que eran unos animales anormal mente limpios, quizá todos formaran parte del séquito diplomático del tal Zotal y tal. De seguro me refugié en un abrevadero y pasaron de largo con el ansia de cogerme. El agua de la pila aquella estaba inmaculada.
    (Ahora entiendo la insistencia del gobernante en mantener este erial limpio, es la mejor manera de inculcar la idea de orden entre esta fauna gregaria.)

4 comentarios:

  1. Aromática fábula. Hoy nos parece, como a esos animales que la desinfección es necesaria y beneficiosa, hemos olvidado el efecto necesario y fortificante de los seres infectos.
    Salud

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    1. Quizá estos seres infectos que hoy día nos rodean, sean los únicos que nos han sacado de una especie de idilio edulcorado en que vivíamos, pero ya es triste que las cosas tengan que pudrirse tanto para darnos cuenta. A nivel personal, siempre he estimado mucho un poco de polvo, pelusa y desarreglo, creo que estimula la creatividad.
      Salud

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  2. Genial relato, Manuel, como siempre.
    Zotal, jo, la de recuerdos que me has traído

    (¿Y qué me dices de ese desarreglo arreglado?, esa suciedad aséptica, barbita perfectamente malcuidada, despeinado de tres horas en la peluquería, vaqueros taladrados en caótico orden, ojeras romanticonas maquilladas en su tono exacto de morado... el zotalitarismo, demonio de hopo inquieto, no se aduerme ni en noche ni en siesta)

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    1. Rabos de lagartija, entrepiernas bien marcadas bajo el pantalón de pana gorda. Vivimos en un régimen de asepsia controlada, Antero, pero ya nos averiguamos para ganarle el pulso a la lejía, qué nos limpien la boca si pueden.

      Un abrazo, muchas gracias compañero.

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