J.Ramón RibeyroCuando ingresé a la facultad de Derecho conseguí un trabajo por horas donde un abogado y pude disponer así de los medios necesarios para asegurar mi consumo de tabaco. El pobre Inca se fue al diablo, lo condené a muerte como un vil conquistador y me puse al servicio de una potencia extranjera. Era entonces la boga del Lucky. Su linda cajetilla blanca con un círculo rojo fue mi símbolo de estatus y una promesa de placer. Miles de estos paquetes pasaron por mis manos y en las volutas de sus cigarrillos están envueltos mis últimos años de derecho y mis primeros ejercicios literarios.
Por ese círculo rojo entro forzosamente cuando evoco esas altas noches de estudio en las que me amanecía con amigos la víspera de un examen. Por suerte no faltaba nunca una botella, aparecida no se sabía cómo, y que le daba al fumar su complemento y al estudio su contrapeso. Y esos paréntesis en los que, olvidándonos de códigos y legajos, dábamos libre curso a nuestros sueños de escritores. Todo ello naturalmente en un perfume de Lucky. El fumar se había ido ya enhebrando con casi todas las ocupaciones de mi vida. Fumaba no solo cuando preparaba un examen sino cuando veía una película, cuando jugaba ajedrez, cuando abordaba a una guapa, cuando me paseaba solo por el malecón, cuando tenía un problema, cuando lo resolvía. Mis días estaban así recorridos por un tren de cigarrillos, que iba sucesivamente encendiendo y apagando y que tenían cada cual su propia significación y su propio valor. Todos me eran preciosos, pero algunos de ellos se distinguían de los otros por su carácter sacramental, pues su presencia era indispensable para el perfeccionamiento de un acto: el primero del día después del desayuno, el que encendía al terminar de almorzar y el que sellaba la paz y el descanso luego del combate amoroso.
sábado, 13 de julio de 2013
SÓLO PARA FUMADORES / 3º entrega
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He disfrutado mucho de este cuento en entregas, Manuel. Al punto que ya mismo me pongo a rastrear los libros de Ribeyro, de quien no escuché nada antes. Te agradezco la recomendación; nada mejor que obligar al ojo el encuentro de un autor para comunicar verdaderamente la emoción de su lectura. Parece además la única forma efectiva de 'publicidad' a que aspira la literatura, y que la deja limpia porque es ella misma y no miente. Me entusiasma este descubrimiento, Manuel. Te lo agradezco. Un abrazo.
ResponderEliminarRodolfo, Ribeyro es un cuentista excepcional, vivió a la sombra de los borges y los cortázar, y voluntariamente renunció a una innovación en el lenguaje, pero su técnica y el cariz de sus historias son impresionantes. Todavía sigue estos días, es un cuento largo. Un abrazo, amigo.
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