domingo, 21 de julio de 2013

Mosca cojonera de honor


Me persigue una mano vengadora, una mano de hombre diligente me recuerda que me queda poco tiempo antes de libar la pus que exuda una manzana podrida para frotarme los élitros de gusto y huir.  El orgullo de la institución transnacional de la mosca cojonera consiste en que somos escrupulosamente educadas para reproducirnos exponencialmente en el cubo de la basura, conservando intactos de una generación a otra los genes honorables de la oportunidad y el arribismo.
La vida de la mosca cojonera de honor es más entretenida de lo que parece a simple vista, sobre la monótona transparencia de un cristal siempre tenemos algo de melancólico espectro puntilloso, siempre dispuesto a merodear la oreja sintagmática de un concejal de provincias o el sabroso forúnculo de una monja, pero nada más lejos de la realidad: nuestro cometido principal es sobrevivir en ambientes insufribles, altamente alcalinos, a menudo a temperaturas extremas, mendigando un poco de suciedad mientras las empleadas de hogar se afanan por mantener una asepsia incontrolada sobre todas las superficies del hogar.
Excepcionalmente se nos puede ver sobre una mancha de sangre en la camisa de un policía o paseando un poco alocadamente sobre un ejemplar de la constitución española, pero entre nosotras no funciona ese sistema de parabienes y reconocimientos fundado en la reputación, tan de vuestro gusto. Yo, por ejemplo, pasé algunos años haciendo labor humanitaria, como una más, sobre la boca y los ojos de un niño de Biafra, se cogen tablas así.
Ahora formo parte del personal de servicio de la Moncloa, en calidad de...(leer título) salgo todos los días por la tele. Fíjense bien, soy la mosca que lleva el presidente del gobierno detrás de la oreja. Mención aparte para nuestras compañeras del cementerio: son neófitas.
Dibujo de R.Gómez de la Serna

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