Buenas tardes, distinguido público, aquí estoy de vuelta, he estado esta mañana tocando unas canciones romanticóides con el saxo barítono ( instrumento como ustedes agudamente intuyen ya, per se, un pelín inclinado a la bilis atrabiliaria y la sangre azul) en el Arco del Triunfo de la muy noble e imperecedera ciudad de Córdoba, Andalousía, cuna del saber sabor y la cultura dividida por tres: he ganado sesenta y nueve céntimos de euro delicuescentes, al cero coma tres por ciento de interés interesante. Voy a mandar una instancia al ayuntamiento de esta honorable villa de villanos para que le cambien el nombre al monumento y pase a llamarse Arco del Fracaso, no tengo duda que los oyentes cuando vean el panorama entenderán perfectamente la sintonía audiovisual y creerán que el recibimiento es acorde a los tiempos que corren, tanto en el telediario como en el metrónomo.
¡ Qué solecito! |
Además, convendrán conmigo que es mucho más sugestivo y actual el fracaso, quién recuerda ya las victorias de Felipe II; el triunfo se ha convertido en una papilla de complemento alimenticio para nostálgicos. Voy a gastarme los sesenta y nueve brillantes céntimos en gominolas ipso facto.
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