Nobilísimos próceres del fruto seco que dais esplendor a la almendra y a la nuez quitáis el polvo. He pasado gran parte de mi vida sosteniendo vuestras orondas posaderas en horas interminables como bolsas de pipas mientras vosotros desgranabais una a una las páginas de la erudición científica o escribíais odas soporíferas a Borges, el gran patriarca del pistacho. Algunas veces, tras una pesada digestión habéis descargado sobre mí sonoras sentencias cuyo significado no he logrado discernir, pero que olían muy mal, y otras, vencidos por la modorra y el hastío burgués, dormíais la siesta y esperaba pacientemente (leyendo ese libro que os quedaba muerto en el regazo) a que os despertaseis, para vacar a mis ocupaciones de sillón orejero, cuales son: mirar la lluvia por la ventana, airearme en la terraza en primavera mientras disfruto con el canto del petirrojo (como sabéis tengo un oído privilegiado) y sobre todo, leer. Leer infinitas horas sin la molestia de tener que hacerlo detrás de ustedes con esa manía indómita que tienen de echar la cabeza de un lado a otro. Ahora que voy a disfrutar del privilegio de vivir aquí , en la Academia, espero que me concedáis el merecido descanso necesario para poder tapizar mis ya viejas pieles con la sabiduría que me negasteis.
sábado, 18 de febrero de 2012
microfábulas II, de cómo leer no es comer pipas
Discurso de ingreso del sillón orejero uve doble minúscula en la Academia de Macadamia.
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