Soy alérgico a los perros. Es una reacción psicosomática. Los síntomas son inofensivos pero se asemejan peligrosamente a los que me producen los documentales sobre la fauna de las fosas abisales, es decir: erizamiento del vello, irritabilidad e inflamación del paladar, todo ello aderezado con una sinestesia que linda con un hastío subcutáneo. ¿Quién no ha creído oír alguna vez mirando los ojos húmedos de un perro una extraña llamada a la conmiseración o la ternura? Definitivamente los chuchos tienen alma, o al menos, lo parece. Por esta razón aún me molesta más este curioso rechazo visceral; le miran a uno así, levantando ligeramente la patita y parece poco educado negarles un poco de atención, sobre todo si sus dueños están presentes: el prestigio del can muchas veces va ligado al de su acreditado propietario. Esta tarde, mientras leía absorto en un parque, se acercó hacía mí un perrito de aspecto simpático, si bien un poco pedante, y ni corto ni perezoso, de un brinco se encaramó al banco sentándose a mi lado. Fingí, en un primer momento, no darme cuenta, pero al cabo de unos minutos en que he creído percibir una especie de velado gruñido que parecía un suspiro, el can me ha dirigido la palabra mientras yo intentaba ocultar mi estupefacción, diciéndome:
-¿ Sería tan amable de darme fuego?
- Sí, cómo no - le he respondido, al tiempo que comenzaba a sentir un picor molesto en el velo del paladar-. He aprovechado para encenderme un pitillo también, por no desentonar.
Después de la primera calada, el perrito se ha presentado cortésmente:
- Me llamo Sadie, encantada -dijo, con una voz aflautada y melosa-.
- Con el vello de punta y no menos respetuosamente, le he contestado:
- Encantado, Sadie, no quisiera contrariarle pero he de irme, quizá otro día...le dije, esbozando una sonrisa.
- No le entretengo mucho, no se preocupe, por favor sea usted gentil, lo que tengo que decirle le concierne.
Me quedé frío. Me dijo que somos vecinos, que su ama es concertista de piano, que algunas noches me había escuchado toser con la carraspera típica del fumador y que quería recomendarme un neumólogo, una eminencia de médico. Sentí un escalofrío en todo el cuerpo que comenzó por la nuca y se prolongó hasta los pies subiendo al mismo tiempo hasta la coronilla. Armándome de paciencia le pregunté si el tal doctor era privado o pertenecía a la seguridad social. Con un tono autosuficiente y no exento de cinismo, me contestó que por supuesto era de pago, que su cobertura sanitaria era mejor que la mía y...( ésto fue lo mejor) que por esa razón se había compadecido de mí acercándose con la mejor de las intenciones a recomendarme lo más adecuado para mi salud.
No pude contenerme, agarré a la perrita sin contemplaciones y acercándome decidido a la ribera del río, tiré a Sadie al agua. Lo siento, sé que he cometido un acto horrible. Fue una reacción psicosomática. Espero que lo comprendan.
viernes, 24 de febrero de 2012
Lo siento.
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