BESTIARIO ENDÉMICO: el hijoprófugo
Antes que degenerara el gusto en la Mancomunidad del Priorato de Aguas Calientes, todo el mundo era antropófago, la carne más apreciada era la del hijoprófugo, que emigraba con la crecida del vello corporal hacia las regiones más septentrionales, feudos tradicionales del vegetarianismo. Con el advenimiento de la exprimidora, el hábito de comer exquisita carne humana se perdió en beneficio del consumo de zumo, este fue un momento fatal para el hijoprófugo (homónimus fugit) que al no requerir del instinto de supervivencia, se relajó sobre las copas de los árboles, perdiendo consecutivamente y por este orden:
-el vello, principal arma de seducción masiva que tenía; dejando ver una piel en costras de células muertas muy apreciadas por las niñarañas, que abordan al incauto hijoprófugo en manada, y lamen todo su cuerpo hasta despellejarlo.
-las ganas de vivir, único talento reconocible de esta especie, que no tiene género femenino, y por tanto no puede reproducirse, viendo su continuidad comprometida a una improbable epidemia de nacimientos entre un primo común y una cándida vulgar; solos seres que pueden engendrarlo si no se matan a sopapos antes o publican libros explicando sus supervivencias personales.
En muy contadas ocasiones ha podido verse a un hijoprófugo en compañía de la hijapródiga, un ser femenino con pies de gallina que habita en los viejos olmos del colmo; pero sus relaciones son platónicas, de árbol a árbol. El único documento que se conserva de una conversación entre estos dos delicados seres tan zoománticos, es la que transcribimos a continuación:
-Gústome de conocerla antropolinda hijapródiga, tu cacareo deseo.
-Encantada te canto, carcamal, un retórico de Caracas ¿no tienes unas maracas?
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