X
Desde luego el destino
finge una compostura de ajedrecista amnésico
que ha extraviado la vista en el tablero.
Desde luego tampoco has advertido
cuánto de mal sorteo hay en tu personaje.
Mejor no busques objetivos.
Mejor cierra los ojos
y fía a tu memoria-mapa en blanco-
el penúltimo turno del acierto,
la justeza de un tiro que hiere a quien dispara.
XI
Descansa. Exhala el humo.
No has de contribuir
a la fugacidad. Depón tu lanza.
Piensa en la compañía de una silueta hermosa
tras el filo curvado de la mesa.
Aparta tu mirada y acaricia
tus recuerdos más tibios.
Antes de medir fuerzas con la suerte
quizá no sea inútil
el débil talismán de lo vivido.
XIII
Te diriges al ángulo
donde la bola negra ha detenido
su lomo frente al hueco,
al punto de caer.
El marfil guarda el luto de lo inmóvil,
su trozo más espeso.
Comprendes que las bolas
no son el instrumento, ni el taco, ni las mesas
ni tampoco esta luz que permite que juegues.
Eres tú el artificio,
el único que finge inteligencia
y decisiones propias
mientras siguen cumpliéndose los planes
ciegos e inapelables de la suerte.
XIV
Es cierto que tu lanza no es la única.
Como la pesadilla de un orden infinito
abajo, a los costados de cada plataforma,
ves lineas paralelas
intactas, aguardando.
Ingenuo pese a todo
percibes en tu calma al apuntar
un indicio ligero de esperanza.
No entretengas tu golpe:
juegas contra el azar, contra ti mismo.
Pintura de Louis Leopold Boilly |
No tienes ni siquiera talento para el roce.
Te conmociona más un cuerpo liso
que otro en carne viva. Eres el hielo.
Tus pies se han estancado en la paciencia.
Cuando un hombre no vale
abandona su antorcha, su sendero,
y empieza a preocuparse del milímetro.
Mejor
no mires el trayecto cansado de la bola
porque dará de lleno o quizá no dará
(nunca sabrás del hilo
que juega en su contorno,
esa noción de pétalo
que vive en lo profundo de una mano).
No tienes ni siquiera talento para el roce.
XX
Finalmente has fallado.
Entre los dedos
te queda una viruta sin color,
unas chispas hostiles
que encierras en un puño.
Dejas que el brillo
absorba tu conciencia. Te preguntas
por la razón que esconde
el agua en los naufragios, por la causa
que otorga al accidente su grandeza.
Seis agujeros negros
¿te bastan como indicio de las reglas?
XXII
La luz no necesita que te quedes.
Tampoco tú deseas más que sombras.
En un costado brilla
-bala extraña, sin culpa ni motivos-
una esfera que apenas se distingue
del ligero trapecio
que resbala del foco
como una guillotina.
La pura nitidez no admite espectadores.
Una silueta blanda, casi desposeída,
atraviesa un pasillo
entre mesas inmóviles que imitan laberintos,
jardines sin salida.
del libro Andrés Neuman DÉCADA (Poesía 1997-2007) Ed.Acantilado
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