EL TÍPICO MENSAJE QUE ROBINSON MANDA EN UNA BOTELLA
Me hubieras matado con la pistola del contramaestre. Eres una persona muy analítica pero escasamente dotada para la abstracción poética. Aquella ocasión en que hablamos con un pulpo descomunal que viajaba en primera clase fue un momento espléndido para haber escapado de una vez a nuestros insomnios. Sobre las cubiertas de los barcos el alma se agita angustiada por la aparente calma del océano y el salitre actúa de corrosivo cloroformo para una conciencia que no esté bien ocupada en algo; en estas circunstancias un viajante de comercio, elocuente hasta la voracidad del silencio, podía convertirse en un personaje más del entretenido bestiario íntimo.
El señor movía pegajosamente sus tentáculos y comentaba con una delicada retórica un sucedido que vivió en primera persona, cuando fue a ofrecerle al gobernador de la Isla de la Risa, un seguro de melancolía a plazo fijo: aquello prometía, pero te dió el mal de la mar, ya sólo veías el horizonte sagrado del futuro; con ansiedad no bien disimulada de ridícula altivez. Tu rostro de chiquilla sensitiva empalideció.
Tenías por costumbre desatender la vida con ciertos hábitos funestos: llegué a creer que todo aquello era producto de mi imaginación, pero no es así; lo único que no era verdad es que Monsieur Bidé, el elegante comercial de la Naviera Chesterfield, fuese un monstruoso cetáceo de verbo lacerante. Eso fue por culpa del mareo. En la alta mar de la estupidez cualquier puerto se nos antoja lejano y peligroso, sólo hallamos tranquilidad en brazos del viento. Uno sabía que tanto aire marino acabaría perturbándonos. Me habrías matado robándole la pistola a un oficial.
Así que me eché mientras dormías al océano en un bote de la compañía hasta llegar a este archipiélago sin nombre. Hay personas aquí, hicieron unas fogatas por la noche. Lo primero que he hecho es avisarte (siempre te quejabas de mi falta de puntualidad) con esta botella que espero te llegue cuando te tenga que llegar. Da igual. Ya estás en manos del pulpo, allí te dejé anestesiada por sus tentaculares historias para no dormir. Estoy bien, no te preocupes por mi y disfruta con Monsieur Bidé de los grandes bulevares europeos. Hasta siempre.
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