¡Oh, incomparable amiga de trigales, ah!
De
cuando en cuando, y por si acaso,
yo
hundo en tu medusa mis patillas de sarmiento,
y
en mi mugrón de piedra te conmuevo,
hasta
refregar mis besos en tus besos,
como
dos hélices de carne
con
lenguas de erizos al final;
empapándote
en suburbio y testimonios,
sangrando
tus terruños, dueño de gelatinas y de hongos.
Tú,
desmayada de hospitales y de hojas,
tú
eres la adorable adláter ad honorem, como siempre, ahogada en sastrerías.
l
No hay comentarios:
Publicar un comentario