Siempre
he considerado una ventaja el hecho de no haber recibido una verdadera
educación ni haber alcanzado un alto grado de erudición, de modo que
tuve que jugar la carta de la experiencia. Mi educación nunca pudo ser
excelente por la sencilla razón de que siempre fui un poco tonto. Y ya
que leo mucho, cito muchas cosas, y ya que cito muchas cosas, olvido su
fuente. De hecho soy un ladrón de cadáveres, un profanador de nobles
sarcófagos. Ése es mi carácter, y en este campo soy un innovador y un
experimentador, no hago más que permanecer al acecho para atisbar mi
presa, entre escritores y pintores, muertos o vivos, para luego, como
una zorra, barrer con la cola las huellas que conducen al lugar del
crimen. He saqueado los sarcófagos de los señores Louis Ferdinand
Céline, Ungaretti, Camus, del señor Erasmo de Rotterdam, los señores
Ferlinghetti y Kerouac. Mi libro La perla en fondo lo
arranqué de los ojos de Jakob Boehme, al igual que una frase tan bella
como ésta: El hombre no se puede descoser de su época. La melancolía de
la eterna construcción se la robé a Leibniz... ¿o a Nietzsche? Y de
debajo de la losa del señor Roland Barthes usurpé las palabras El arte
transforma la erudición en una fiesta, y eso es sólo una muestra; de
hecho todas las buenas ideas que se hallan en mis textos son robadas,
entre ellas la idea platónica de «la creación en lo bello». Y como si
eso no fuera suficiente, cualquier cosa buena que yo haya escrito desde
mi trampolín, todo, todo, todo me lo han dicho los demás, y es que, en
realidad, soy un ratero de cervecería y de restaurante, lo que hago no
difiere demasiado de pulirles una gabardina o un paraguas. Y es que hay
algo en que soy el número uno: en inventarme situaciones que nunca he
vivido, en fingir haber leído libros que nunca he leído, en pretender
haber presenciado acontecimientos que nunca presencié, en hacer
juramentos que son perjurios, en vanagloriarme de cosas que hizo otro,
en ejercer de testigo ocular de cosas que no he visto, soy una
prostituta que finge hacer el amor por enamoramiento, soy un ratero y un
estafador, mentir es tan natural para mí como el agua para el pez, para
redimir todos mis pecados haría falta un purgatorio enorme del que
tendrían que desalojar a todos los criminales notorios, soltarlos para
hacerme sitio, y aun así, el paso por el purgatorio no me abriría las
puertas del cielo sino las del infierno. Ojalá purgatorio, cielo e
infierno sean reales, entonces su justicia me salvará, no habré vivido
en vano.
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