Ahora,
pues, estoy sentado en El Tigre de Oro, sonriendo, durante todo ese
rato no he oído nada ni a nadie, como si me encontrara solo en medio de
un bosque en calma; sólo oigo al señor Ruis que cuenta... Al llegar a
Copenhaguen, en el aeropuerto nos esperaban dos coches, era la primera
vez que aceptábamos una invitación sin saber quién nos invitaba, quién
tenía que pagarnos aquellos honorarios verdaderamente dignos de un rey.
Los coches atravesaron la oscuridad, salimos de Copenhaguen, dos
señores, cada uno en un coche, vestidos con smoking, tranquilos,
nos acompañaron hasta un gran edificio, se abrió una puerta enrejada y
los coches entraron en el patio por los barrotes en las ventanas supimos
que estábamos en una cárcel. Luego nos llevaron a un banquete presidido
por el director de la cárcel, para, más tarde, tocar delante de los
prisioneros que abarrotaban la capilla... Interpretamos un concierto de
Dvorák y el cuarteto De mi vida de
Smetana, y mientras sonó la música reinó un silencio tan absolutamente
sepulcral que nos dimos cuenta de que nunca habíamos tenido un público
como aquél; al final nadie aplaudió, todo el mundo permaneció sentado
inmóvil, profundamente emocionado por la música, nos levantamos e
hicimos reverencias, pero los presos nada, continuaron con la cara entre
las manos... aquél fue el mejor público que nunca hemos tenido,
comparable sólo con el de Oxford, donde tocamos el año pasado y todo el
mundo vestía de frac, elegantísimo, y cuando acabamos de tocar Dvorák,
Smetana y Janácek, los oyentes se limitaron a levantarse en silencio,
las camisas blancas lucían dentro de sus fracs, nosotros delante de
ellos, también de frac, hacíamos reverencias, ya nos íbamos, nos
volvimos y el público nada, tan afectado estaba, aquella vez también
tocamos el cuarteto que Dvorák escribió a la muerte de sus hijos, y De mi vida de
Smetana, y un cuarteto de Janácek, tan profunda es la música, nuestra
música, que tanto en Oxford como en la cárcel de Copenhaguen los oyentes
no se atrevieron a romper la unión mística ni con un solo batir de
palmas. Señores, ¿qué es la música en el fondo, qué es lo que tanto nos
conmueve en ella? De hecho nada... o sea todo... Eso dijo el señor Ruis y
todos nos sentimos tan emocionados que preferimos esconder la cara en
las jarras acabadas de llenar.
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