FIN DE FIESTA, con ablución de agua de mar.
Cuando llegamos a El Portil, la noche había caído con cerrojos de
sombra sobre los tenderetes veraniegos, el aire se poblaba de recuerdos
en un tiempo perdidos junto al mar, bullían algunas luces
por los bares. Antes en el muelle, yo procuré mojarte los pies planos
en una solución alcalina de palabras, impresas con ternura caducada, por
eso me decías que ya no querías más sino ese charco fresco molestando,
con la humedad que suelta toda pena. Yo quise resistirme a tu renuncia,
como hacen normalmente los que aman, por cierto con bastante desatino.
Pero algo duro había en tu mirada, algo seco y cortante como un hacha,
diseccionando cruda realidad.
En la playa reinaba la mortal
pesadumbre de la nada, basculando indecisa en la velas arriadas de los
catamaranes, tu dijiste que aquello te gustaba, yo miraba la luna y el
dibujo inseguro de las constelaciones acompañando al féretro difunto de
los amores cabos en su punta. Y entendí que serías ya para siempre, esa
mujer que sin duda me ama de una extraña manera trasnochada, sentimental y
pura por la noche o de día macabra y cornúpeta, a pesar de tu madre y de
la grava, a pesar de ti misma y de los hombres, a pesar de dejarme en
la estacada con el pendón enhiesto del cariño brillando bajo astros
somnolientos que me escupen sonrisas en la incipiente calva.
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Colage de Mis en scène |
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