No cuadraba. Anegada de agua la cubierta resbalaban las patas de palo, los garfios no agarraban lo suficiente, cundió el nerviosismo, una cháchara de juramentos y maldiciones recorrió las gargantas y elevaba a la tormenta infamias contra todo lo humano y lo divino. No era ese día el abordaje; pero este atajo de cerdos querían todo el botín, uno de ellos, enérgico, coreaba una sarta de gritos codiciosos, despertando en los otros, sobre el miedo que llevaban, las ansias de apoderarse de aquellos diamantes, doblones, escrituras y contratos de compra de tierras a las que nunca irían. Ya aparece en la niebla la proa de la rica nave, los corsarios la enganchan con anclas pequeñas, en la excitación no reparan en la extraña tranquilidad que parece reinar sobre el barco atacado. No hay nadie defendiendo la nave. Una lechuza aguarda, sobre el palo de mesana, serenamente un desenlace que parece conocer de antemano. Salta la canalla y queda atónita ante el silencio y la ausencia de peligro, entran despacio a las bodegas, hallan una biblioteca inmensa: comienzan a leer las aventuras de otros piratas y olvidan que lo son. Su barco puede verse a la deriva, en días despejados, peinando al sol sus últimos jirones de velas, a la altura del Cabo de Buena Esperanza.
jueves, 21 de febrero de 2013
PIRATAS DE BIBLIOTECA
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