Todos los días al terminar la instrucción, me quito el uniforme, me lavo, me tumbo en el catre y escucho a Mozart, en una gramola de bolsillo, pequeña como una cafetera de juguete, su música, a pesar de sonar en una lata de conservas me transporta a esos viajes que hacía con mis padres a las montañas de los Sudetes, volvía con el olor de las flores de edelweiss pegado en los pantalones cortos. Sufro regresiones al pasado con la música divina de Wolfgang, muy bien educada mi generación, soñábamos con la estrella de plata, nos incomunicaron en una foto, el fotógrafo se llamaba Leontopodio Alpino. Cualquier tiempo pasado fue peor, con doce años ya tenía bigote. Recuerdo que el trompetriste de la banda del ejército tenía labio leporino. Yo no he logrado nada, en este mundo, digno de mención. Excepto aquella vez que llevé a mi novia Ada a un concierto, ella lloró en el adagio, reía de pena al verme feliz. La vida es un carnaval.
lunes, 11 de febrero de 2013
WOLFGANG AMATEUR MOZART
a Chumari Tamajón
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