viernes, 9 de marzo de 2012

Érase una vez Madrid.

    En mitad de un páramo muerto, solar de bestias, donde jamás ni una sola haba se crió, una raza de hombres idealistas que no querían trabajar, en busca de agua pusieron un pozo. Acudieron no pocos macandones y vendedoras de mondongo engañados por la droga de la sed que padecían, inficionándose al tiempo del ansia de gloria que el castellano les vendió con culta latiniparla. Al calor de aquella raza, una caterva de hacendosas gentes, numerosa y prolífica, edificó palacios, ministerios, circos mediáticos y palestras internacionales. El resto del país, pleno de materias primas, talentos, hermosas y ubérrimas vegas con ríos que arrastraban el légamo de antiguas civilizaciones, ya sólo recuerdo en libros de historia, hubo de plegarse al capricho del lechugino madrileño y a su no menos convincente y paleta versión castiza y callejera de manola con mantilla, de sagrario y besapies, de lascivia y derroche  con máscara de noble austeridad. El desatino llegó a tal punto, que desde ese centro fagocitador y lameplatos, se decía con cinismo que las ubres de Madrid daban para todos y para todo. Pero Madrid no era Roma. Y así, una fina lluvia de polvo , el polvo obsolescente del olvido y de los papeles del estado quemados por el infamante sol durante siglos y siglos de burocracia centrífuga, fue sepultando la ciudad hasta hacerla desaparecer. De aquella mole poderosa, abrigo de las más altas ensoñaciones del espíritu, quedan sólo vestigios.


                                    Schottisch-Chôro (H. Villa-Lobos 1887-1959) by Julian Bream on Grooveshark



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