domingo, 11 de marzo de 2012

Sin títulos.

Aristófanes en traje de nube.

    
    Las intuiciones no descansan jamás. Por la noche además suelen tener una actividad frenética. Si bien durante el día reptan por las estanterías o por esos rincones de casa donde se amontona algo que ha escapado a la disciplina del orden doméstico,  amparadas en la oscuridad y el silencio nocturnos, se dedican a cambiar las cosas de lugar. Son tenaces. Si vive uno rodeado de un buen número de intuiciones no trae cuenta colocar continuamente los objetos de nuestra vida diaria en el mismo sitio que estaban o buscarles una ubicación definitiva y estable porque estas criaturas, al mínimo descuido, les encuentran otra distinta. Después de unos meses de lucha enconada e inútil  por convencerlas de que mi capacidad organizativa es infalible he tomado la táctica de dejar las cosas como están. He descubierto que una vez que mudan algo de donde está, ya no lo vuelven a tocar. Y para mi asombro, esta noche, me ha despertado una de ellas, con unos toques de aleta en la naríz, y después de disculparse por las horas que eran y casi con lágrimas en los ojos me ha dado reverencialmente las gracias por haber dejado de combatir con ellas en ese orden sagrado del desorden, porque así pueden -me ha dicho- dedicarse a tiempo completo a lo que más les gusta: leer. Ésta, a la que llamo Aristófanes porque parece una nube, me confesó que había comenzado la lectura de Cuentos de la Alhambra. Estoy aterrado. Acostumbrado a vivir con dos o tres intuiciones al día, no sé como voy a hacer. Esta mañana han puesto un cartelito sobre el talón de un zapato convocando una reunión en mi habitación para hablar de préstamos bibliotecarios. Ahora lo entiendo, todo ese ajetreo eran pesquisas de ratón y vienen a por mis libros. Voy a hacer limpieza.


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