Se llama Lucas, Lucas Alaman. Lo encontré en un estercolero mientras buscaba palabras entre la basura. Las palabras no las quiere nadie y a menudo se tiran sin miramientos. Si fueran biodegradables se evaporarían con el humo que expele la masa en descomposición pero quedan ahí, como diamantes en el barro, esperando que algún escarabajo pelotero las recoja en su bola de Sísifo y las entierre de por vida. Cuando lo vi, Lucas estaba agarrando la palabra estigmatizar y adhiriéndola a su pestilente pelota con un esfuerzo sobrehumano. Me resultó encantador, por fin esa palabra fea donde las halla iba a ser soterrada justamente. Le propuse que se viniese a casa, que dejara esa vida de sacrificio y sucia componenda. Prometí enseñarle a escribir. Después de unos minutos de duda enterró la canica de mierda con la dichosa palabra dentro y se vino conmigo. Es bueno y paciente, aprende con una lentitud admirable. Antes de acostarme le dejo siempre una cuartilla en blanco y un tapón con tinta para que practique. Esta mañana, ya ven, me ha regalado su firma.
jueves, 8 de marzo de 2012
A mejor vida.
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Me gusta tu estilo, mucho...
ResponderEliminarLo celebro, gracias.
EliminarSalud