lunes, 19 de marzo de 2012

Venenos

   
    Conozco al menos dos variedades venenosas de la palabra olvido. Una es el olvido entre comillas. Suele hospedarse en oficinas, ministerios y bancos. A cambio de una dosis puede pernoctar entre documentos, ficheros y censos; aunque hay noches que el ronquido de un acta notarial no le deja dormir. A las primeras horas del alba el sibilino olvido entre comillas se pasea buscando víctimas propicias en las gentes que van al trabajo con prisa o durmiendo en el metro. Este tipo de olvido es muy común, con el tiempo se deteriora. Cuando se le caen las comillas pasa a ser una variedad colorida y saludable llamada melancolía, y a veces, en claras tardes vislumbra o evoca recuerdos como si dibujara del natural.
Gafas de hoja caduca.
  La segunda variedad es el olvido en negrita. Mucho más perniciosa que la anterior. Todos los recuerdos que éste olvido guarda tardan mucho en expirar o ser sustituidos por otros. Se considera una epidemia porque impide a las personas tener en cuenta el verdadero norte de sus vidas; ocupados como están en acordarse continuamente de olvidos en negrita que les impelen a fijar la atención con la mirada perdida en lugares carentes de belleza o de interés, acaban por envenenarse sin remisión. Lejos de desarrollar melancolía, contraen una miopía sensual que tiene apariencia de lucidez pero no lo es.
   La única manera de prevenir el asalto de estos venenos letárgicos o de curarlos al instante era beber las aguas del río Mnemósine. Ahora ya siquiera queda esa posibilidad. Se han comercializado sus aguas. Se venden en una solución líquida. Las gotas de agua del río Mnemósine están contadas. Dan ganas de llorar. Una gota en cada ojo y por un espacio de tiempo bastante pobre recuperamos la memoria. Hay quién, por apatía o desesperación, emplea esos momentos de clarividencia jugando al ajedrez relámpago. Para mí son personas irreprochables.

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