Topologías del yo
Un señor precariamente vestido de negro que detesta el deporte y la psiquiatría camina hacia el colegio electoral para depositar las cenizas de su voto en una urna de plástico. Allí lo esperan los miembros de la mesa electoral desde las ocho de la mañana con trajes, vestidos de colores y pantalones vaqueros azul eléctrico. Al llegar, ve que el colegio está cerrado; un cartel anuncia que las personas que votaban allí, deben hacerlo ahora en otro colegio no muy lejano. El señor que abomina de la fórmula uno se orienta un poco, rota sobre su eje, calcula la trayectoria meliflua, el meridiano perfecto que le llevará, ésta vez sí, en la dirección recta, y piensa: Después de treinta años, vuelvo al lugar donde aprendí los rudimentos de la lengua que hablo y los primeros trazos de una escritura viva que cada vez tiene más ritmo. Este señor es escritor. Hasta el momento ha publicado sólo un cuento lacónico en que los jugadores de un equipo regional de fútbol deciden abandonar el deporte y hacerse cinéfilos. El cuento es simple, como la papeleta y el sobre electorales. Es sencillo como su vida discreta y respetuosa, entre libros. Dice así:
Nuestras circunstancias están claras. Con el fútbol, sólo pudimos alcanzar una gloria de barrio. Una épica patraña para olvidar. Una colección de copas escrupulosamente limpias y relucientes sin relevancia alguna. En todo caso, la del religioso recuerdo de un colegio de niñas que había al lado del nuestro en el que algún desaprensivo afecto al ready made ha estampado su firma con esta frase: Tócala otra vez, Juan.
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