En aquella época apenas si se festejaban tales ceremonias religiosas. A diferencia de lo que ahora ocurre - todo ese ridículo elenco de banquetes y majaderías anexas-, la celebración se reducía entonces discretamente a un privado acto devoto y un desayuno en el ámbito familiar. De modo que, una vez terminada la función en la capilla de los Marianistas, nos fuimos a casa a tomar chocolate con bizcochos. Aparte de mis hermanos Rafael y María Julia, estaban allí los primos Rafael y Leonor, que eran los que tenían más o menos mi edad. La excitación fue subiendo ostensiblemente de tono y lo que prometía ser un ameno regocijo terminó en batalla campal. Todo empezó cuando el primo Rafael se mofó repetidas veces de mi irrisoria facha de angelito, a lo que yo contesté volcándole una taza de chocolate por encima. A partir de ahí hubo toda clase de refriegas, empleo de armas arrojadizas y persecuciones varias, sólo interrumpidas cuando la algazara alertó a toda la familia y se impuso severamente la terminación del desayuno, la dispersión de los comensales y, en consecuencia, el final de toda aquella malograda celebración.
miércoles, 9 de mayo de 2012
TIEMPO DE GUERRAS PERDIDAS (II), de Caballero Bonald
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Si señor, una comunión envidiable, no como las repolleces, con lista de regalos, actuales.
ResponderEliminarSalud.