Nada más celeste que un cuerpo,
nada más inmenso y más pequeño.
No hay firmamento que
contenga esa cifra de estrellas.
Dibujo de Roland Topor |
Alguna vez soñé
besarte firmemente
como hace un cowboy...
cuando the end por ende;
desperté con el corazón agitado
violentamente por una medusa.
Entonces comprendí tu no mundo
Esa manera de convencerte
Alegremente de tus penas
Que nadie podría imitar.
Aunque te amé fui triste,
un vago melancólico perdido
en el laberinto de tu pelo negro.
Fatalmente risueño,
lloré la muerte de este amor espasmo
que no volverá nunca
con su azul torbellino de sombras.
¿Dónde te fuiste,
mónada sin ventanas?
¿Huías por el centro
invisible hacia mí?
¿Para devorar mi alma,
inmisericorde boca
incapaz de un silencio?
Se te olvidó aquí tu nombre.
Te lo has dejado ausente.
No sé que hacer con él,
estoy pensando seriamente
dejar de soñar.
Para mi humilde entender y mi condición de lego poético, estos versos están poblados de imágenes muy fuertes y de gran sugerencia, tanto emotiva como intelectual, que no son fáciles de unir.
ResponderEliminar¿Y si los nombres fueran la llave que abre ventanas en las mónadas?
Felicitaciones, Manuel.
Con que decoro y gentileza se explica usted señor Velasco, no tengo más que congratularme de tenerle de amigo y te agradezco de corazón tus palabras. Seguramente es así, ahí sí que, estimado Miguel Ángel, es uno un lego, amante de la sabiduría. Convencido estoy de que es así, y esa apertura del ser de la que habla Heidegger no puede verificarse sin los nombres.
ResponderEliminarSalud y un abrazo
Manuel