Labios pleamar de las palabras
contra los tiempos de silencio.
Cada vez que te nombro, amor,
Cada vez que te nombro, amor,
insaciable en el vacío,
aterido y solo como un perro
me lamo las heridas.
Voy a morir de frío
en este amanecer crudo y rojizo.
Quiero sentir el dardo de la nada
sobre mi frente árida,
patria de soledad y pensamiento.
No se por qué mi cuerpo ya no siento,
está preso del ansia que no aplaca,
ciegamente se agita, bosque hambriento
devorando muros, acuciado por sombras
me detengo y, escucho mi corazón,
es ascua sin futuro.
Quiero ser tierra y cielo en tu mundo
o morir desangrado sobre la nieve fría,
sobre la nieve blanca y fría vaciarme
poco a poco, herido de muerte;
mientras mis ojos cándidos
van palpitando sueños incumplidos.
Pintura de Helene Schjerfbeck (1862-1946) |
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